lunes, 28 de febrero de 2011

Falso alpinismo astrológico o juego de manos

Recuerdo todavìa los dìas en que hablábamos de la relación del sujeto y el objeto y yo no entendía nada.

Otro dìa sentí que todos éramos objetos y que el sujeto era algún otro, y como no terminaba de convencerme hice como que tiraba todo eso a la basura.
Dije que huía.
Me quedé sin experiencias, el tiempo pasaba y ya no tenía nada más que decir. Ni siquiera las astrologías acaban de convencerse a sí mismas de que aquella separación no existía a pesar de repetirlo de nuevo y de nuevo, y de citar igual cantidad de veces al gil de Delez.
Una vez convencidos ya de que la tierra se movía y con dos o tres iglesias en retirada, los nuevos maestros del cicu de neón vienen a proponer nuevos cables de acero y nos informan que nosotros somos el sol y que nuestro Ascendente son aquellas Olas que vienen a nuestro encuentro.
Jesucristo que se vuelve a colar por la ventana, medio en pelotas porque se le rasgaron las vestiduras y Cris Morena -en reemplazo de Sócrates-, haciendo alarde de la nueva tendencia primavera-verano: las vesti-vestiduras con ventolinas.

Todo eso y yo, un poco aburrido ya de la misma perinola, llego a casa y encuentro un dibujito del camino que va de mi casa al jardín de mi nueva hermanita y unas moneditas para comprarle un alfajor si me pide.
Al jardín deberíamos ir en cochecito, pero el naranja fluorescente no me gusta nada, asi que la voy a convencer de ir caminando y si me consulta de lo que todos quieren saber, creo que le voy a contar que el Misterio, que se encuentra en el origen de toda religión, es justamente eso. El misterio como verdad no revelada, como un correrse de ahí, y emprender un camino hacia ningún lado.
La sustitución del lugar por el camino, pues está claro que el paraíso y el infierno no existían en los siete días de la creación.
Contra esa yo te propongo la otra, la sustitución del lugar por el camino, del cochecito por el alfajor y del alfajor por un juego de manos que te va a llevar caminando desde casa hasta el jardín sin que preguntes donde está el cochecito anaranjado.
La huìda.

domingo, 27 de febrero de 2011

Doscientas páginas

Deseando que llegara el día, salté hacia ese idiolio trunco de permitirme soñar. Poco interesante pero bailan, sucede que de vez en cuando alguien las mira y no sé ya si es sospecha, temor o envidia, si es dulzura o acidez lo que se esconde detrás de sus ojos. Tantos murieron por otras cosas y otros por esas, algunos quemaron iglesias, otros crearon mundos, la estadistica, el amor y lo terrible de la impotencia.

Sucede que a veces Poder y su hermana Libertad corren por los laberitos de Creta. Se escucha llorar a un niño enfermo, las campanas dejaron de sonar, Dedalo sonríe burlonamente consgrado a construir la ornamenta, donde se apoya el espíritu , llamada servilismo, donde se limpian la boca los intelectuales del siglo XXI

viernes, 18 de febrero de 2011

Cuadernito

Ahora vivo al final de un corredor…
El piso es de ripio y como a veces se junta mucha tierrita puede que crezca algún yuyo, y como nunca para de llover, uno siempre lo recorre a los saltos.
Una cagada en tres tiempos, diría mi tía.

Los rayos laser ya van pasando de moda, pierden todo su interés. No es por esa pretensión de querer volverse siempre fluorescentes, neon, tornasolados. Acá nunca pegó eso. Es ese intento de querer atravesarlo todo de un golpe y listo. De atravesarnos una y otra vez –y como siempre, uso el plural pero me refiero a mí mismo-, de querer hacernos picadillo, apresarnos, reventarnos, neutralizarnos con lanzas que uno no puede ni agarrar. Intocables, inodoras. Insípidas me animaría a decir si no fuera porque nunca te atreves a apuntarme en la boca y dejarme probar. Pero todo eso ya va pasando de moda, aunque antes no fue asi.

El cuaderno está siempre demasiado pequeñito y a mis músculos se les hace difícil. Y encima te atrevés a pedirle la biblia a un adolescente que viene cortando leña desde los siete años. Y el niño tiembla, claro, ¿o de qué estamos hablamos?
Le tiemblan los músculos para ese trabajo que diste en denominar “fino”, con el solo fin de volverme bruto para luego llamarme de “vago”.

Los diarios locales informan que nuestra provincia no cuenta con personal doméstico capacitado, porque las mujeres prefieren andar de prostitutas. Hablaste de mi madre, y me supuse hijo de puta, sin nunca haberla conocido.

En el colegio me llaman mal educado. Un compañero tartamudo interrumpe -aparentemente en mi defensa- y se atreve a corregirte: “en todo caso deberíamos decir mal aprendido”, que mi madre no tenía la culpa, dijo.
El era tartamudo y se atrevió a interrumpirte en frente de todos profe, y los compañeros se echaron a reír, no sé si de su forma de hablar o de mi madre.

Y de ese intersticio –para que vean que conozco hasta las palabras más difíciles- vi salir rayos láser, de las narices de mis compañeros y de la punta de su regla, profe.
Nadie podía decir de donde salían o para donde iban, si mis compañeros las escupían o si eran atravesados por ellos.
Me quedé sentado, mirando hacia abajo, con tantos pensamientos que soplaban en mi cabeza siquiera dos para el mismo lado. Calladito, sin nada que decir por un largo rato. La lucha de clases y el trabajo duro, voces verborrágicas que no me decían nada, si nadie podía entender que yo me quedaba dormido por las tardes y que mi hermanita no comía a la noche porque Madrastra le mezquinaba la comida; que el cuadernito que me daban era demasiado chiquito para que mis dedos y codos pudieran y sitiarlo y apoderarse de él, pues mis músculos habían crecido al calor de los hachazos.
Y me hablaban del esfuerzo del trabajo por la familia y de la lucha de clases; y me piden quue transcriba la biblia en este cuadernito. Pero yo sé que tan solo quieren burlarse de mí, y yo me dejo porque no se de donde salen esos rayitos láser tan tensos, de donde vienen o a donde van.
Papá que ni el documento me consiguió para que yo fuera a rendir para pasar a sexto grado –porque yo tenía buenas notas-, aunque más no fuera con un nombre prestado, para sentir el orgullo de saber que podía hacerlo, y que no era tan ignorante después de todo.
Pero papá de eso nada sabía, y tampoco de que Madrastra le mezquinaba la comida a mi hermanita y que por eso ella estaba tan flaca. Ni siquiera quiere comprar un espejo para el baño, papá, y ya estoy empezando a sospechar de que lo hace porque no quiere que me vea la naríz, dos rayitos láser atravesándome los orificios a mí también.

Así que toda encorvada arremeto contrami mi cuadernito, haciendo fuerza y buscando la presición entre la hoja y la punta del lápiz, que tiene una punta demasiado gorda. Pruebo haciendo círculos y luego rayas, poniendo el lápiz verticalmente y torciéndolo solo un poquito.
El cuerpo se me empieza a cansar, los músculos ya se me acalambran después de temblarme un rato. ¡Del cansancio!, no van a creer que del miedo.
Y ni puedo decir esto o alguna cosa, acurrucada arriba de la mesita atiborrada de cajitas vacías y un pañuelo usado.
Pasan los días, ya es 31 de marzo, perdón, de enero, y todavía no llego a transcribir los primeros dos versículos de Isaias, en una letra que a la vez yo misma pueda leer, y que guarde lugar para el resto.
Y como no puedo transcribir la biblia ni dibujar mis propios versos salgo a la calle y empiezo a repartir patadones, pagadav por algún sindicalista o narcotraficante con campera de gamuza.
El trabajo lo tengo asegurando eso sí. Lo que más me gusta es cuando el Flaco dice: “háganlo cagar”, y tenemos que salir –yo y dos compañeras más- a romperle el fierro en la cabeza a algún piquetero que espera que lo atiendan en la entrada de alguna oficina municipal para que le den 7 u 8 planes para su gente.
¿Para qué lo hacen esperar?, lo atendemos nosotros primero; y no es que lo conociera antes de hoy al doctor Arias pero cuando llego a casa ya ni tengo ganas de Scar el cuadernito que por otra parte fue a juntar polvo encima de un armario con dos o tres libros más, y que a veces se deja ver.
Sigo llegando a casa cansado, como cuando era chico, pero ya me expreso bien durante el día no necesito eso del desabafo, como dice Joao que es un brasilero malabarista amigo al que le decimos Juan.
El desabafo decía él cada tanto, los días que llegaba de mal humor y sin haber comido nada en todo el día, harto de tanto esfuerzo para nunca llegar a nada y de tanta lucha de carteles, que ya no sabían si eran de la droga, o de esos rojos que a veces los compañeros llevan a la plaza y que siempre se completan con letras cualquiera, aunque preferiblemente con Ces, y que vaya a saber uno si alguna vez fueron portadoras de verdadera clase.

Llega Juan, y empieza con el desabafo -aunque él no usa esa palabra casi nunca-, empieza a insultar al cielo y a las gabiotas. Yo le digo que con el cielo no se meta, que cada una de esas estrellas son una letra de la Sagrada Escritura, para aquellos que tuvieron la oportunidad de aprender a leer eso, y que nadie tiene la culpa si nosotros no supimos conseguirnos un cuaderno grande como el cielo para poder escribir con los pies y con los brazos en la corta noche de las danzas ecoeternas.
Ahí nomás le cuento que el Flaco anda buscando un muchacho más para salir por las noches, que dice que queda mucho trabajo por delante pero que los tiempos ya se van a poner mejores y promete mejor paga. No incluye obra social pero sí desabafo, y una verdadera carrera en romper naríces, con prometedores descubrimientos sobre aquellos rayos láser de nuestra niñez y otros artilugios de la gran ciudad.