Cuánto más
se siente la pampa que el ripio. Cuánto que la arenilla en la que solo se puede
escribir tú nombre con ametralladora en Las Conchillas, en la República de Río
Negro.
Cuanto le
costaba explicarse romántico, que tantas canciones sobre angustias
existencialistas y gitanos solo le gustaban por sus ritmos, y que por eso las
aprendía en otras lenguas.
Cuántos
jabones en pompis y cremas de afeitar tuvieron que pasar por fuera y por dentro
de su cara para que entendiera el efecto de la mascarilla; el de los botones a
borbotones y las pompas montadas en aspiradoras, inyectadas por su oreja.
Mascarillas
de ripio desechas con una calibre veintidos.
Pompas de
libido abriendo sus poros, solo para poder maquillarse en los baños del
respetable ejército argentino, aunque todos creyeran que lo que buscaba con eso
era cortarse o no cortarse su ser con la yilet.
Una caricia
en semblante dibujando las facciones que ya había olvidado.
Metáforas
sobre caras para sensualistas que así solo pueden entender cabezas dando
vueltas en su lugar, ideadas por dibujantes de la Warner.
¡Oh, Nuestra
querida Warner!, siempre te supimos argentina, y si seguimos reclamando las
Malvinas es porque sabemos que todos tus personajes han corrido y re-corrido en
andanzas y en patas aquellos áridos territorios.
Cuánta
desazón le producía.
¡Cuánta!, que
ya nadie lo tomara en serio, a él que había representado a su patria en cada
lugar al que había ido, en cualquier paisaje del mundo. A él que comparaba paradas
de colectivo con hoteles transitorios con metáforas sobre el crecimiento
espiritual.
Y que si
confundía todo eso era porque con los años ya veía un poquito mal de lejos, y
ya pensaba en otras cosas. En lo que siempre había querido decir, y no creía
una confusión.
El himno
Chubutense hubiera sido silbado por orcas y delfines, el porteño un tango.
Siempre
había confundido la geografía del continente argentino y era porque los ritmos él
los escuchaba diferente, porque veía ritmos en las palabras de cualquiera, y
las canciones le parecían eso y melodías. Y a él le venían a hablar de tristezas
y existencialismos, ¡incluso, decían escucharlo hablar de eso!