domingo, 29 de abril de 2012

lo que pienso de galeano

Una ribera, el río y la luna. En eso pensaba nuestro romántico héroe que de tanto fracaso se autonombraba estoico. Vida y obra de los hombres que quedan en la historia, eso pensaba, después se acordaba que la locura, el cinismo y la traición eran los grandes hechos registrados y pensaba en todos esos angeles que aguantaban la tormenta con honor, siendo caballeros y hombres.
Pensaba en mujeres sólo cómo parte del cielo, tormenta o sol, respecto a los ojos de un linyera que ahora se posaban en un partido de futbol en la plaza de cemento de Facultad de Medicina y una mirada que le daba de comer a la quimera, cómo también se llamaba su perro.
Es fácil escribir historias de linyeras que mueren de frío o sobrevivien una noche más, refugiados en el calor de la orina. Simple es construir a un pianista asesinado con la donación de una hamburguesa condimentada con vidrio molido  o pensar que el tipo de la calle es un Zaratustra en la búsqueda de su montaña.
Lo difícil sería pensar a nuestro vagabundo masturbándose con las colegialas que pasan, pidiendo para el vino tinto, clavándole una púa a un turista perdido. Las figuras retoricas melosas la dejamos en el cajón y salimos a pensar en ese héroe que antes de vivir en la calle se creía un ganador, jugando a los caballos de Palermo, con anillos de oro y prostitutas obligadas, de festejos y con hijos en patas.
Festejado por su esposa, mientras el escolazo siga dando hasta que la planta se marchitó y lo echaron. Por quedar sólo siendo él, una basura humana, cómo cualquier otro que termina con la mano en el pantalón eun una fría noche de abril

sábado, 28 de abril de 2012

Pido pido.

Soñó de nuevo con ella,
Que ella se tenía que ir temprano de la fiesta, que era en un cuarto con dos camas cuchetas. Se tenía que ir porque llegaba tarde a presentar su instalación titulada emaco-anarquismo. Nadie se atrevió a preguntar.

Antes de que se fuera hablaron acostados en la cucheta de arriba, hablaron contra la pared a uno de los costados de las cuchetas. Sutil, él llegó a preguntarle por qué no habían ido nunca a andar en bici, al final.
Ella dijo: " Me pareció muy paracaidista".

Él no entendió, lo pensó un segundo e imaginó que para ella era un problema que tuvieran tantos amigos en común, pero eso no hacía sentido.

Siguieron hablando, ella se apretaba junto a su cuerpo y le hablaba despacito, los dos en la cucheta de arriba. Ella le daba besitos en la boca, como de pajarito. Un pajarito con un pico que indistintamente se abría en vertical o para los costados.

Ella tenía un vestido azul que le brillaba, como de lentejuelas, y que hacía tan obvio que ellos estaban allá arriba. Se tenía que ir.

Él no entendía nada muy bien, quería volver a jugar con los muñecos de plástico de su infancia, los aviones y los soldaditos. Allí donde las acciones se sucedían más o menos con una continuidad y una justicia que él entendía (y determinaba), un avión que despegaba, luego aterrizaba o caía al suelo bombardeado y arruinaba un poco el parquet.

Tan ingenuamente se confiaba Julián en los tiempos de la lógica -"los que se gustan, se besan"-, para luego sentirse un mártir que fracasaba en su ideal y poder sentarse a esperar, llorando bajito al costado del camino, esperando que los altares celestiales lo pasaran a recoger en carroza.

Tan tonto se reconocía, pues sabía perfectamente que aquella carretera pertenecía a los reinos del cuerpo.