Como toda historia que tomó sus años esta parece ir lenta, pero si
ustedes supieran la velocidad a la que iba ese ritmo, nada les sorprendería la potencia
y la certeza que comenzaron a tomar esas patadas.
Como siermpre estaban los que, por creencia profunda o por creencia
avivada –que no es tanta la diferencia como se suele decir- creían que el placer, el compromiso y la
belleza debían ir de la mano e invitaron a las señoritas a que se sumaran a la
causa.
Para las embarazadas la pata para atrás era por lo menos peligrosa. Se
imaginarán, que parir en esos pasillos no era el deseo de ninguna si bien casos
había, y aquellos rituales de vida, ese desnidar anidado en el nido del
pasillo, signaba el nacimientos de campeones.
Empezó así la patada para adelante y de la manito que los que han
olvidado la historia o nunca la conocieron suelen confundir por la patada
inicial de aquel baile.
Fue esta la avanzada de los petizos, comandada por La Oruga Estevez que
inventó la patadita agachada. Se apareció un día caminando al ladito de Marina,
cada uno con la mano de afuera de la mano y la de adentro por detrás de la
espalda del otro. ¡Ay!, que dúo que hacían esos dos, dando pataditas para abajo
con la pierna de adentro al unísono. Esas sí que eran patadas combinadas, pues
Marinita también era petiza, y a no podemos dejar de mencionar, el bombo más
codiciado de aquella temporada.
La patadita de puntín sí que supo imponer tendencia. Algunos dicen, era
funcional a aquella división del trabajo revolucionara, pues falta hacía
erosionar también en la base las paredes,
porque todas las patadas de atrás siempre iban un poquito más
arriba.
¡Cómo se ganó el respeto de todos!, ese petiso orejudo, al que la
historia y los envidiosos condenarían
como anarquista y asesino.
Las variantes se multiplicaban y los bodegueros se empezaban a
preocupar, porque a las paredes ya no les quedaban más que unos poco
centímetros de espesor. Por lo bajo, el rebote contre el piso y el despegarse
con los gemelos siguió latiendo, santo y seña que hasta hoy abre un abismo
frente a los recién llegados, y les recuerda que aquí no se paga derecho de
piso, pero se tiene que demostrar que si uno quisiera podría hundirlo –al
piso-, y al momento siguiente amenazar con chocarse la cabeza contra el techo.
(el petizo que ni siquiera era
orejudo, pero ¡cómo insiste en mentir, la historia!).
No hay comentarios:
Publicar un comentario