miércoles, 14 de noviembre de 2012

La Historia del Swing. Parte dos. La avanzada de los petizos.



  
Como toda historia que tomó sus años esta parece ir lenta, pero si ustedes supieran la velocidad a la que iba ese ritmo, nada les sorprendería la potencia y la certeza que comenzaron a tomar esas patadas.
Como siermpre estaban los que, por creencia profunda o por creencia avivada –que no es tanta la diferencia como se suele decir-  creían que el placer, el compromiso y la belleza debían ir de la mano e invitaron a las señoritas a que se sumaran a la causa.
Para las embarazadas la pata para atrás era por lo menos peligrosa. Se imaginarán, que parir en esos pasillos no era el deseo de ninguna si bien casos había, y aquellos rituales de vida, ese desnidar anidado en el nido del pasillo, signaba el nacimientos de campeones.

Empezó así la patada para adelante y de la manito que los que han olvidado la historia o nunca la conocieron suelen confundir por la patada inicial de aquel baile.

Fue esta la avanzada de los petizos, comandada por La Oruga Estevez que inventó la patadita agachada. Se apareció un día caminando al ladito de Marina, cada uno con la mano de afuera de la mano y la de adentro por detrás de la espalda del otro. ¡Ay!, que dúo que hacían esos dos, dando pataditas para abajo con la pierna de adentro al unísono. Esas sí que eran patadas combinadas, pues Marinita también era petiza, y a no podemos dejar de mencionar, el bombo más codiciado de aquella temporada.

La patadita de puntín sí que supo imponer tendencia. Algunos dicen, era funcional a aquella división del trabajo revolucionara, pues falta hacía erosionar también en la base las paredes,  porque todas las patadas de atrás siempre iban un poquito más arriba. 
¡Cómo se ganó el respeto de todos!, ese petiso orejudo, al que la historia  y los envidiosos condenarían como anarquista y asesino.

Las variantes se multiplicaban y los bodegueros se empezaban a preocupar, porque a las paredes ya no les quedaban más que unos poco centímetros de espesor. Por lo bajo, el rebote contre el piso y el despegarse con los gemelos siguió latiendo, santo y seña que hasta hoy abre un abismo frente a los recién llegados, y les recuerda que aquí no se paga derecho de piso, pero se tiene que demostrar que si uno quisiera podría hundirlo –al piso-, y al momento siguiente amenazar con chocarse la cabeza contra el techo.

 (el petizo que ni siquiera era orejudo, pero ¡cómo insiste en mentir, la historia!).


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