En aquel reino, de castillos y realeza, en aquel patio de malvones y mandarina había un sapo sin princesa. Solsticios de soledad, bisiestos, menguantes y siempre en la misma postura, en un mirar lejano de profundidad, donde las palabras no son. Moscas rondando a Cachafaz en su dialectica con un enano de jardín con sonrisa de pincel con el baile sigiloso con la babosa y el caracol. Tanto pasto, tanto dolor y tan insignificante la existencia, pero tanto dolor.
Este sapo sin princesa no se suicida aún porque no ama tanto a la humanidad.
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