sábado, 5 de noviembre de 2011

Hilo y aguja



Los días que se habían convertido en eso, sentarse en una sillita roja de madera, bien sólida, en una burbujita en el medio de la ciudad, y dejar que el sol te entrara sobre las manos por izquierda y el olor a jazmines por la derecha.
A diestra y siniestra; y escuchar dos gallos picoteándose en las alturas.

Una ley que nos trasciende. Eso es lo que siempre nos hicieron mirar. Nosotros preferimos pensar cómo un haz de luz a las once de la mañana puede cortar los hilos de una marioneta. Cortar como la luz corta; no se trata de romper sino de dejar ver.

Así fue que dimos un paso para atrás en media luna, acompañado por un gesto con la mano, y que nos retiramos de la conquista del mundo, para poder observar su belleza. Fue en ese mismo instante en que un golpe de viento nos empujo de vuelta al ruedo y nos obligó a recorrer nuevamente las madrugadas antes del sol, rápido, siempre sobre ruedas.

Fuimos, llevados por un remolino, a veces viendo los hilos enredarse y recalentarse. Nos mareamos, y aquí estamos, confundidos de tantos cimbronazos, que a veces damos, pero casi siempre recibimos.

Debemos confesar, que ya no encontramos el hilo-aguja, el que unía el rabillo de nuestros ojos con la luna, y nos dejaba movernos para otro lado mientras mirábamos para acá.

Dicen que hemos perdido ese hilo-encanto, pero las lecturas del presente son tan difíciles que nadie se atreve a pronunciarse en voz alta. Los rumores continúan  pesar de todo, anónimos. Los rumores se contradicen, como todo rumor, y se ha hablado incluso de un proyecto de hilos-tirabuzón pero los hombres comunes damos vuelta la cara cuando alguna voz socarrona se acerca con esos cuentos.

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