sábado, 28 de abril de 2012

Pido pido.

Soñó de nuevo con ella,
Que ella se tenía que ir temprano de la fiesta, que era en un cuarto con dos camas cuchetas. Se tenía que ir porque llegaba tarde a presentar su instalación titulada emaco-anarquismo. Nadie se atrevió a preguntar.

Antes de que se fuera hablaron acostados en la cucheta de arriba, hablaron contra la pared a uno de los costados de las cuchetas. Sutil, él llegó a preguntarle por qué no habían ido nunca a andar en bici, al final.
Ella dijo: " Me pareció muy paracaidista".

Él no entendió, lo pensó un segundo e imaginó que para ella era un problema que tuvieran tantos amigos en común, pero eso no hacía sentido.

Siguieron hablando, ella se apretaba junto a su cuerpo y le hablaba despacito, los dos en la cucheta de arriba. Ella le daba besitos en la boca, como de pajarito. Un pajarito con un pico que indistintamente se abría en vertical o para los costados.

Ella tenía un vestido azul que le brillaba, como de lentejuelas, y que hacía tan obvio que ellos estaban allá arriba. Se tenía que ir.

Él no entendía nada muy bien, quería volver a jugar con los muñecos de plástico de su infancia, los aviones y los soldaditos. Allí donde las acciones se sucedían más o menos con una continuidad y una justicia que él entendía (y determinaba), un avión que despegaba, luego aterrizaba o caía al suelo bombardeado y arruinaba un poco el parquet.

Tan ingenuamente se confiaba Julián en los tiempos de la lógica -"los que se gustan, se besan"-, para luego sentirse un mártir que fracasaba en su ideal y poder sentarse a esperar, llorando bajito al costado del camino, esperando que los altares celestiales lo pasaran a recoger en carroza.

Tan tonto se reconocía, pues sabía perfectamente que aquella carretera pertenecía a los reinos del cuerpo.



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