miércoles, 3 de junio de 2009

La calle de los muchos nombres

Nunca en mi vida me sentí tanto un turista como en esta ciudad. Es como si mi descripción se adaptara -a la noche y a la mañana- a este concepto. (Me entero ahora que incluso sobraba lugar en la enciclopedia por lo que han agregado una foto mía caminando por Salvador de Bahía.)
Estoy en la calle de los muchos nombres, comiendo alguna fruta tropical que no termino de entender. Arranco un pedazo y me lo llevo a la boca. Luego otro. Una vieja vendedora ambulante, sentada en la escalinata de la iglesia de la que acabo de salir me hace un gesto para indicarme que debo comer con la boca y me dice “¿Voce no tein mangga a seu pais?” Le contesto que no, después miento y hago como que me gusta. Camino una cuadra tiro el mangga en un tacho de basura, se cae al piso. Lo levanto y lo vuelvo a tirar, esta vez bien. Tengo las manos muy sucias de esta fruta naranja, entro en algún lugar y me las lavo. También me soplo los mocos.
La noche anterior había estado en esta calle de los muchos nombres, probando bebidas y frutos amargos de este país. La iglesia, a la que hace un rato entré hacía solo parte del decorado, edificios de otro tiempo que por contraste solo contribuían a reforzar la embriaguez del ritmo negro brasilero.
La luz del sol había apagado estos bailes, y la iglesia pasaba ahora, de simple decorado a pieza arquitectónica súper valuada con la posibilidad de ser visitada por solo dois reais. Entré. Las iglesias no guardan mucho interés para mí, a decir verdad por lo que seguí mi camino por un pasillo lindante que llevaba a un patio trasero. Lo recorrí, esperando encontrar algún banco y poder hacer de este una pequeña plaza privada. Así fue. Empecé a leer un libro que había comprado en Río pero había dormido demasiado poco la noche anterior y se hacía difícil avanzar en portugués.
Granada en dos tiempos: el removerse de las hojas del gran árbol, alguna ramita que se rompe y luego paff, contra el suelo.
Descubrí por qué se lee tan poco cerca del ecuador. (Por cierto, cuestión mucho más interesante de lo que descubrió Newton con la caída de la manzana). Definitivamente el entorno no ayuda. Las hormigas que le caminan a uno por el cuerpo son mucho más grandes, y estas frutas que caen de los árboles suenan muy duras contra el piso. No es que la gente no quiera, simplemente no puede uno sentarse por la tarde a leer a la sombra de una bazooka que entre línea y línea dispara.
Luego de un rato llegaron un grupo de personas, encabezadas por el hombre que cobraba los dois reais en la entrada y que ahora hacía de guía. Me miraban y me saludaban con la mano desde la entrada del pequeño patio. Algunos hacían gestos para expresar su ternura. Solo faltaba que pusieran un cartel que explicara: “Especie sudamericana típicamente blanca. Se alimenta de papel encuadernado y cubre sus ojos con gafas para protegerse del sol.”
Tan simpáticas como siempre las frutas seguían cayendo. Algunas golpeaban fuerte contra el piso y me salpicaban al hacerse pedazos. dentro de una fuente remplazando el ya monótono paff por un plaff. El guía comenzó ahora a comerse algunas y luego a juntarlas todas. (¿Resulta entonces que una munición asesina puede pasar a fruta sin mercado central de por medio? Esto me resultó increíble y repugnante a la vez) Convencido ya de que era imposible avanzar, me levanté y le pregunté cómo se llamaba ese manjar que tenía entre manos. (Discuipe... Como se lama esa fruita?)
Mangga, dijo, acompañándome a lavarla –al parecer apiadándose de mí. El hombre abrió la canilla, la cerró, vio que yo seguía lavando, volvió a abrirla, comenzó a exasperarse. Por fin terminé. Hizo un gesto de que mordiera directamente pero yo preferí sacarle la cáscara.
Salí por el pasillo. En la entrada había unas niñas jugando. No entendí nada en realidad. Una se tocaba sus partes y parecía decir: “¡Un agujero, otro agujero!”. Ritos perversos de una ingenua pagana frente a la iglesia.
Yo miraba todo a mi alrededor y arrancaba pedazos de mangga que me llevaba a la boca. La vieja que me dice que muerda, le hago caso. Espero estar fuera de su vista, de la vista de todos. El tacho, los mocos.

De 23 de enero 2009.

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