Jugamos a la mancha pero al revés. No corremos para escaparnos sino para chocarnos y así tocarnos de nuevo y de nuevo. Mientras tanto, la señora de los rizos espesos nos mira con reprobación y nos invita a apagarnos,
- Va a ser imposible –le explicamos, con los puños cerrados en las caderas- puesto que hemos obtenido nuestras credenciales mientras tramábamos la huída. Así es que celebramos el salto y la caída, y reconocemos el miedo en cada una de las rocas del lago.
Ella sabe que nos quedamos quietos cuando nos aísla y así busca todos los días encerrarnos en cacerolas. Nosotros -sin rehuir a su mirada- saltamos y jugamos a la mancha al revés, y en la fricción de cada roce obtenemos la energía para el próximo salto.
Hemos dejado atrás la gravedad y nos dejamos caer solo por gentileza hacia el sentido común, porque nos gusta el ruido que hacen nuestros zapatos contra las rocas, y porque no buscamos impresionar bobos con nuestro vuelo. Cada noche, ponemos cara de niño serio y recordamos todo aquello que nos causó miedo durante el día. (No sería justo decir que rezamos).
- Sabe una cosa señora. Usted está en lo cierto cuando dice que huimos. Pero sepa que no escapamos. Es tan solo ésta, nuestra ética, la que hemos adoptado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario