domingo, 13 de septiembre de 2009

Nuestra mancha.

Jugamos a la mancha pero al revés. No corremos para escaparnos sino para chocarnos y así tocarnos de nuevo y de nuevo. Mientras tanto, la señora de los rizos espesos nos mira con reprobación y nos invita a apagarnos,

- Va a ser imposible –le explicamos, con los puños cerrados en las caderas- puesto que hemos obtenido nuestras credenciales mientras tramábamos la huída. Así es que celebramos el salto y la caída, y reconocemos el miedo en cada una de las rocas del lago.

Ella sabe que nos quedamos quietos cuando nos aísla y así busca todos los días encerrarnos en cacerolas. Nosotros -sin rehuir a su mirada- saltamos y jugamos a la mancha al revés, y en la fricción de cada roce obtenemos la energía para el próximo salto.
Hemos dejado atrás la gravedad y nos dejamos caer solo por gentileza hacia el sentido común, porque nos gusta el ruido que hacen nuestros zapatos contra las rocas, y porque no buscamos impresionar bobos con nuestro vuelo. Cada noche, ponemos cara de niño serio y recordamos todo aquello que nos causó miedo durante el día. (No sería justo decir que rezamos).

- Sabe una cosa señora. Usted está en lo cierto cuando dice que huimos. Pero sepa que no escapamos. Es tan solo ésta, nuestra ética, la que hemos adoptado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario