miércoles, 5 de enero de 2011

Purgatorio

Para seguir escribiéndote necesito un disfraz.
Uno como de Jesucristo, con la túnica hasta el suelo.
Necesito que desde ahora cuentes los días de tu existencia en relación a los míos, y que te convenzas que yo –y todos los planetas- giramos alrededor por los siglos de los siglos.
Historia sin final o que termina en mi blando corazón, con música blanca.
El delirio del profeta, no es uno de grandeza. Más que eso si lo entendés como la realidad de quien se vuelve inaprensible. Con toda la furia en las palabras, se vuelve, te mira, y se muestra inaprensible.
Todos los que escondimos deseos, ambiciones y miedos impronunciables soñamos alguna vez devenir profetas. Y todo eso solamente para seguir escribiéndote.

El purgatorio y la promesa, todo listo para que no estalles en mil pedazos de sesos. Te permitimos algunos deslices, darle rienda suelta a tu instinto de vez en vez.
“Escucheme señor periodista lo que le digo, saque esa carita de indignación. Mi marido violó a la nena porque es hombre. Y bueno, los hombre tienen esas necesidades, sabe. Más que la chica es una putita, tiene catorce años pero no sabe como provoca, por eso que acá en el barrio nadie le cree esas lágrimas de cocodrilo. Todos los vecinos salieron a las calles porque acá se sabe que ella provocó, y que mi marido y sus amigos no tienen la culpa.”

Si hasta tu jermu puede entenderte.
Yo puedo hacer que todos tus días se vuelvan iguales. Todos en formación, equidistantes a un hombre que se levanta y se acuesta en una cama, ya sin siquiera abrir o cerrar las cortinas -siempre semi abiertas-, sin poder distinguir la mañana de la tarde.
Esperando. Con la certeza de que su condena tiene fin, aunque ya ha perdido la cuenta de los días. ¿Alguien puede imaginar este como un lugar alegre?

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