sábado, 18 de diciembre de 2010

Entre la sumisión y la resurrección

Días sin hacer pie en la vida, como en los cuatros metros del Club, de bomba a lo hondo. Aparezco siempre al borde, sentado con las patas mojadas.

El tereré con galletitas me dio fuerzas y quize jugar, patear pelotas con la chica de a la vuelta de casa que me escribía cartitas de amor. Pero dije, basta de jugar, hoy quiero llegar al sol aunque se me derritan las alas, basta para mí, basta para todos, preferible prenderme fuego antes de ser un angel gris.

Pero el bandoneon, el wisky, el café en un día de lluvia con Rosita Quiroga que me canta de mojarle la oreja a la soledad y me dan tantas ganas de deslizarme por un lagrima como si fuese un tobogán hasta el fondo del mar.

La pileta se agrando y se posaron mariposas en tus orejas y yo mirándote, desde el fondo, reír y estirarme la mano para ir con vos, y los chicos que me están esperando, para reírnos y acordarnos de cuando pateamos esa guirnalda y regalábamos claveles.

Ahí estoy yo, ¿viste que lo descubrí al final? Tanto que me pregutaba la diferencia entre el ser y el estar y leía Heiddegger como un libro de autoayuda, buscando respuestas, tanto tiempo para darme cuenta que la tenía acá, posada, aleteando en la punta de la nariz.

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