sábado, 5 de diciembre de 2009

2016, o la imposibilidad de resignarse a aceptar un día a día sin sol.

-Yo no sabía nada, le digo que de eso no sabía nada.

-Créame que puedo darme cuenta, pero ¿no cree usted que debería habérmelo dicho antes? No puedo decirle que ahora sea tarde, eso no tendría sentido aquí. Excepto que ya fuera muy tarde, pero no es el caso. Ahora se puede ver muy claro su problema, seniorita. Lo que pasa es que usted no puede despejar ecuaciones.

(...)

-¿Por qué me hablás de esa manera? ¿Por qué esa distancia violenta? Juraste nunca hablarme así, aplastarme con las Matemáticas. Me siento, triste, decepcionada. Debería darte vergüenza.

-Pero… ¿de qué estas hablando? Yo nunca juré no usar mi poder contra vos, mi magia negra. Además, en cualquier caso sos vos que te dejas aplastar. ¿No ves que no podés despejar ni las más simples? Te doy una línea y me devolvés un triángulo. Si fuera una parábola al menos, peor ¡no!: ¡Un triÁngulo!

Hoy cometí una bajeza. Me hice pasar por profesor de matemáticas y violé a una ninia después de humillarla por no saber despejar ecuaciones.
Pero entiéndanme bien y la bajeza no está en el acto sexual, en la diferencia de edad, en el hecho de forzar a un “ser libre”, o en la mente perturbada que estará ya empezando con unas pesadillas que vaya a saber dios cuando acabarán. No soy un criminal arrepentido del s. XIX confesando sus penas en el intento de purificar su alma y hacer un poco de literatura.
Es solo que me hice de algo que no es mío. Hice como si supiera. Casi como convencer a alguien de que la felicidad existe y así condenarlo para siempre…no sé si me explico. Mentí e hice como si yo supiera y allí mismo comencé a humillarla.
Despejar ecuaciones le dije, que si me amás no puede ser tan difícil, y hacelo rápido porque tenés que tener tiempo para mí, y todo lo demás lo vemos después.
Por que tenemos poco tiempo, y luego me voy y luego te vas. Y luego se voy y luego me vas.
Escúchenme por favor, es tan simple lo que quiero decir, pero me da miedo y lo digo difícil.
Lo más aberrante fue cuando le mostré todo rápido, le dije que era simple, así y así, lo hice todo delante de ella. Que ¿cómo no podía verlo?, le pregunté.
Qué bajeza, la de mentirle a todos los que te encuentras alrededor, con voz de serio y en la esperanza de que luego serán ellos los que vendrán a recordarte el chisme, con la misma cara. En la esperanza de que ahí te lo creas, que si lo decías vos, y ahora lo dicen ellos…ya somos varios, debe ser así. Despejar ecuaciones es una pavada.
En casa lo vi. Justo recién antes de (no “recién, antes de”) empezar a escribir. Entré haciendo un poco de ruido pero sin decir palabra y fui directo a mi escritorio a ver lo que ya sabía, pero con la leve esperanza de que hoy fuera diferente. Las ecuaciones que había dejado despejadas en la mesa ya no lo estaban. Ni si quiera en la mesa la hoja, se se habían caído al piso.
“Pero no ves lo fácil que es!”, le había gritado el canalla. “Hasta un ninio puede hacerlo”. (¡Ayyy!, esa fue la peor de las frases, ni sé como me animo a reescribirla. “Sobre todo un ninio” debería haber dicho, y mantener un poco mi decencia… pero no vamos a entrar en eso).
“¿No entendés que tenés que elegir?” Una sola variable independiente. Cuántas veces te lo tengo que decir?
Ya en casa, el fin del día me recordó que era la hora de mi tormento. Como todas las noches y las manianas, esperé que mi esposa se pusiera a rezar y fui a encerrarme a mi cuarto. Cogí las ecuaciones deshechas en el suelo y se las dí de comer al conejo. Me puse a resolverlas una vez más en la ingenua esperanza de todos los días (la esperanza de que dios nos llame, y nos diga: “basta de eso chcos. Se acabó, es hora de pasar a las grandes ligas. Recreo y merienda para todos.”).
Pero no, mi esperanza ya no es esa. Mi esperanza es la resina de esa esperanza. La nostalgia y el desgarramiento del hombre entre dos mundos que necesita pararse en algún lado. El cansancio de un cuerpo que ya no entiende de descanso porque hay que seguir nadando y todavía no vemos la costa. O del estómago que ya no entiende de alimento de tanto comer tierra o de tanto no comer.

Ese es mi tormento, mi patético tormento. El de convencer a los demás para que ellos me convenzan después, que está bien, quizás dos o tres de nuestros ídolos se murieron pero… pero las ecuaciones todavía pueden resolverse. Y eso no se discute, es una pavada, cualquiera puede hacerlo, de eso se trata la democracia.
La patética esperanza de dormir tranquilo esta noche, despertar maniana, bien descansado y encontrarlas ahí, quietitas y aún resueltas en el centro de la mesa.

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