viernes, 30 de septiembre de 2011

Preludio de un descenso.

Estar tan fuera de las buenas costumbres que ya ni entrar en la lista. Olvidarlo todo. Una cabeza más vacía que si de la chimenea largara marihuana; ya ni la resina hay dentro. Una horrible sensación de que adentro huele hueco. La diferencia entre acostarse muerto a la noche y no poder despertarse a la mañana. Las hojas vacías. Los nombres olvidados. Todos los desafíos de otra época son ya solo un recuerdo de un dínamo ahora apagado. El dentífrico espera a la mañana, pero la maquinita de afeitar no. Sufrir, solo está permitido poéticamente. El arriba lo encontrarás solamente buceando en lo profundo. Allí donde te encuentras ahora, Jonás, solo hay una impaciente desesperación de ceniza. Un cementerio recubierto luego de la erupción de un volcán. Todo está tan duro, como allí, en Qatar y en aquellos lugares donde el petróleo lo ha congelado todo con un olor apestoso. Si quieres levantarte primero deberás descender. Los caminos derechos no llevan a ningún lado, y son muy pocos a pesar de que infinitas rectas paseen por un solo punto. No me pidas que escriba derecho. Descenderás al abismo, como el Cristo. Sin pedir permiso, con respeto al mar. Pero tú no eres el Cristo, y tu única certidumbre es la de no tener nada que perder, pues ningún banquero está dispuesto a hipotecar tu alma, siquiera por un níquel. Ese es tu alivio; nada que perder en el descenso pues adentro tuyo no ha quedado nada luego de la silenciosa tempestad. Empácaste. Y las valijas, las quemaste con los barcos.

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