Sabido es
que algunas clases paraguayas se reniegan a hablar el guaraní. Imposible se les
hace no entenderlo, por más empeño que pongan en fingir.
Nadie
ignora tampoco que los verdaderos lenguajes, aquellos que con verdad se clavan
en los poros, son los orales, los temporales. Todo eso a pesar de que tan
tontamente hayamos acabado por asociar el lenguaje a los alfabetos. Quizás,
porque las letras son imágenes fuertes, fáciles de recordar, aunque esa
explicación suena un tanto ingenua.
A pesar de
todo, la tiranía de la letra y la pluma no ha podido frenar el empeño de todos
en crear lenguajes nuevos todo el tiempo, códigos secretos o públicos que se
imponen e imponen, y buscan demarcar todo el tiempo lugares y formas, siendo al
mismo tiempo parte de esa misma demarcación. Lo hacen por dentro, como los
fierros que determinan la figura de un dinosaurio de yeso.
Los
ejemplos son tantos que amenazan por adueñarse de toda la hoja. Los
adolescentes con su lenguaje de clan o los marineros que pueden imaginarse
mejor que nadie a la tierra girando. Los payasos y trapecistas, y todo el
batallón circense, que con sus abreviaturas de profe de educación física para
adolescentes acaban por verse sitiados por el mismísimo Club de Amigos. Los enamorados
que no pueden evitar el ululeo entre la poesía y la cursilería, poseídos por
bandidos de mercado oriental, tomando algo de allí y de acá, todo para armar
naturalezas muertas coronadas por una daga incrustada en una naranja. Naturalezas
y dagas recubiertas por pieles de camello. Fantasmas íntimos y compartidos.
Demarcaciones
con sentido que acaban por producir lugares para sentidos nuevos. Ululeos de
personas por los lenguajes, personas marcadas por los lenguajes que sin embargo
pueden y suelen escapar hacia otros, fingiendo olvidar los anteriores.
Ficciones
–aquellos escapes- que incluso suelen adquirir potencia de verdad y mantenerse
incólumnes frente a un coro de payasos que lloran y se lamentan al verse no
reconocidos por su viejo amigo.
Como
siempre, todo eso era solo para contarles que aquí nos interesamos por los
lenguajes vitales, aquellos que acaban estando tan impregnados a la carne que
no podrían despegarse sin consecuencias cáusticas, sin acabar con la vida
misma.
Estos
lenguajes con amenaza caústica, esa información o intención detrás de los ojos
que no dice solo cómo mirar sino que también es el origen mismo de algún
semblante cualquiera, son reaseguros de clanes invisibles. No ya códigos
simplemente, no ya modos secretos de comunicación en tiempos autoritarios.
Son cables
tensados con punto de apoyo detrás de algunos ojos; cables que tensan lugares
que sobreviven a cualquier amor o amistad. Lugares de superficies tensas que
rebotan, y en los que uno no puede pararse de cualquier manera, pero en los que
nadie que se sepa parar será jamás abucheado, incluso frente a aquellos payasos
que ni siquiera lloran ya por un amor pasado del que nada queda.
Excepto,
a veces,
esto.
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