martes, 6 de marzo de 2012

4- Los obstáculos hacia la conciencia

Se ha definido la virtud del heroísmo cómo parte inherente a la batalla, sin guerra no existe la concepción. Discuto este principio sosteniendo que el héroe nace antes y es su conciencia cruda la que lo arroja contra una metralleta y lo hace vencer a un imperio con una honda, una escoba y una cuchara.
Cuando todo era nada, los niños asesinos se sentaban en el parque con pegamento, el agua se derrochaba en discursos de mortales hombres y vanales temáticas, ellos descubrían el principio, en un patio uno y en una iglesia el otro.
Era una noche de octubre, cuando los naranjos y limoneros dan a flor y los patios con sus cisnes maceta y radios prendidas llenan de fragancias las noches estrelladas de la pampa bonaerense. En soledad contemplaba la escena uno de nuestros héroes, el más nostálgico que conoció alguna vez la humanidad.
La luna jugaba a la rayuela y los sauces lloraban canciones de cuna, vio un camino hacia el fondo oscuro. Los pies se le congelaron y el corazón empezó a latir, miró como un felino, dudó, dio la espalda a aquello que atraía toda su esencia.
Pero ni bien quiso retroceder pensó que si lo hacía nada de lo que el hubiese amado podría valer, lo mismo sería irse al maso con treinta y tres o cantar truco con un cuatro de copas, beber agua estancada o vino tinto, amar una mujer o a un calefón.
Dio media vuelta y se enfrento con su llamada. Siguio el camino construido para él y sólo para el y fue hacia el final flotando, con el corazón adelante,arrastrándolo. Un brillo extraño en el aura del último árbol. El brillo, contorno expansivo de colores, paralizaba al tiempo y pronto vío arcángeles renacentistas con trompetas en sus manos. Supo lo que debía a hacer.
Nuestro otro héroe miraba la cruz en una iglesia de una gran metrópolis, rodeado de un bosque de cemento y la desolación carmesí de colectivos de chapas oxidadas que torturan a los dientes de los paranoicos androides que transitan la ciudad.
Pensaba en el sacrificio, toda génesis tiene un costo. Sin embargo algo había aprendido del infierno de los griegos y había reflexionado de esto, a pesar de su corta edad. Levantar una piedra por el siglo de los siglos es tal vez la peor tortura, pero no por su repetición infinita, cómo lo plateaban los libros de texto, sino por su finalidad.
Pongamos un ejemplo, pensaba, si uno pierde una y otra vez una batalla, muere una y otra vez en una guerra contra un invasor, sabiendo que esta peleando por un fin justo cómo lo es la libertad de su pueblo o si fracasaría una y otra vez en seducir a la mujer hecha y concebida para uno, al amor imposible, uno podría intentarlo y fracasar y aun así querer volver a intentarlo, realmente no sería un infierno.
Levantar una piedra a la cima de una montaña y tal vez un poco así vivían sus conciudadanos porteños. La muerte, lo injusto y vengativo de Dios no era una conjetura de los fariseos. La diatriba era la siguiente, que tal si Dios era realmente malo y los momentos de felicidad, la esperanza de un final feliz era una simple grotesca mueca de su humor ¿Qué era acaso un momento de felicidad, en una eternidad de sufrimientos? Tal vez por eso, los males de la humanidad fueron encerrados en la caja de Pandora, junto con la esperanza.
Así fue que ambos entendieron lo mismo, iban a hacer una revolución, los iban a traicionar e iban revivir para volver a hacer una revolución y volver a morir nuevamente en la mano de los mismos hombres que luego construirían estatuas en sus nombres. Había entonces que construir una manera de crucifixión que pudiese repetirse eternamente a pesar de su fracaso.

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