sábado, 16 de mayo de 2009

Ya casi falta la luz y el color.

Ya casi falta la luz y el color. Desde su ventana, los altos árboles de fino tronco contrastan serios con la nube y la bruma.
Tendría entre quince y dieciséis años, edad en la que lentamente se va despertando al drama de ser. Era la hora de salir. Más por aquellos aires de excentricidad que lo atacaban que por temor a la tormenta avecinándose decidió llevar un paraguas. EL “centro”, consistía en una larga calle -la única pavimentada- repleta de bares y personas de variadas edades que, según este criterio, eran ordenadas. A él, por la suya, no le quedaba otro remedio que vagar de una punta a la otra. No se angustiaba demasiado, pues su bastón y el olor a mar lo perdían en su ensueño. Se encontró con personas. Miradas. Palabras. Gestos. Nada.
Luego. Un rayo y su trueno. Llueve. Una tormenta.
Solo. Quedó solo. Las gotas, perpendiculares contra el paraguas lo trajeron de vuelta a la realidad. Caminó una vez más por la calle ahora desierta, pero en vez de dirigirse a su casa…opté por la playa. Quería sentarme en unas rocas cercanas, desde las que indistintamente podía ver el amanecer y el atardecer. Supuse que no faltaría mucho.
A medida que me iba acercando, divisé la figura de una mujer sentada en las rocas con un paraguas. Un círculo seco se había formado en torno a ella. Yo, que para eso había llegado tarde, no pude sino quedarme en cuclillas.
Ahora estoy mirándola. Su perfil es como te lo imaginas, pero si me preguntas, importa particularmente su cutis. Supongo que sabe de mí aunque aparente otra cosa. Quizás, quien sabe, me acerque y le hable, e incluso hasta nuestros paraguas se rocen.

de 3 de enero de 2007

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