jueves, 21 de mayo de 2009

Para luchar con el tiempo

Partiendo de dos ideas cualquiera decidí hacer lo siguiente:
Me vestí de azul y me puse un cinturón blanco. Tomé un reloj que había en mi cuarto y le quité la pila. Lo programé (¿o se programó?) a las siete menos diez del sábado siete y me lo puse en la muñeca izquierda.
“Desde ahora esas deben ser sus respuestas cada vez que alguien le pregunte la fecha o la hora. Jamás debe contestar que su reloj no anda.”
Así surgió una idea más: descubrí que cada vez que una persona mira su reloj para saber la hora, en realidad no es la respuesta que su pulsera mecánica le de lo que le interesa, sino la diferencia entre esa hora y una otra que tiene en mente. ¿Qué pasaría entonces –me dijé- si programara mi reloj siempre con esa segunda hora, si volviera explícito aquello que la mayoría de las veces solo aparece dentro de nuestra mente?
Atrapar ese demonio al asecho y exhibirlo como trofeo en una cajita de vidrio en mi muñeca. ¿Un símbolo de mi batalla ganada o tan solo un anhelo?

De Sábado 7 a las 6:50 (de marzo 2009)

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