viernes, 9 de julio de 2010

Mirabeau y sus silencios

El agua hirviendo, que pela, que desdepega la piel de la carne y el sobrecito en la taza. Ahora baila con el chorro que viene de arriba, grita, y se desangra el saquito de té. Los jacarandá no lloran en invierno, sino talvez podría encontrar al universo en el dulce de leche de una medialuna, pero esta vez no, una lija que raspa el pecho, y de a poco no queda nada, solo agujeros, nuevamente solo agujeros.

Se desangró el saquito del té, gritando debajo del agua, sin que nadie lo peuda escuchar. Un coro de diarieros se cagan de frío corriendo detrás de la gente como un perro detrás de un camión, la tarde de sol y frío, de aire que se atraviesa por el cielo celeste y frío, de mármol, de café y ojos violeta, de árbol negro a punto de marchitarse, de enredaderas que crecen donde las rosas fueron plantadas, y de huesos que yacen arriba de la mesa, donde planificaste tu felicidad y te olvidaste de vos.

Me miro la mano y ella me mira buscando descifrar signos de algún mensaje, yo pienso ¿Quién soy? Me acuerdo del pibe de diez años llorando y veo la mano grande pensando que no estaba equivocado pero lamentablemente ya me hicieron soldado, los burocratas del realismo, que solo es un tipo de narrativa y nada más, nada más.

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