martes, 20 de julio de 2010

Zapatos de goma

- Che ayer se me secó el delantalcito y las medias de la Kari, tal vez ya llegue todo-
- Si ? Que bueno! Siento que de a poco vienen las buenas-
- Pero tengo miedo por el Pepe que vuelve cada dos o tres días;p ero que le voy a hacer estoy viendo como mandarlo a la escuela, pero viste, el pendejo hace la suya y no tengo nada para hacerle lo contrario-
- Ehh! Bueno si, que se yo che! Fijate! Acá no lo podemos tener, yo no quiero más pendejos para alimentar ¿Che en la estación estaba el Cholo y los otros negro?
- Si, me fui a la mierda, no les puedo ver la cara-
- ¿pero qué te pasa Pendeja? La concha tuya, son mis amig…-
- ¡Que amigos ni que amigos! Siempre te sacan guita para el chupi y terminas como un boludo –
- Hija de puta! No te voy a permitir, forra del orto-

Golpe tras golpe, entre colchones, ropa tirada y las lagrimas sobre la cara embarrada de una nena de 2 años, se hundían en el mar, de aguas violeta y un cielo naranja en la plaza del Museo de Artes, entre Libertador y Figuero Alcorta, enfrente de una flor de metal que se abre con el sol, en diagonal con una imitación grasa del Partenón Griego, en el corazón del filosofo de mate y café, que sangraba, de tanto encarnar ideales y de tanto idealizar el sufrimiento, de metal oxidado clavado, escapando y derrapando, dejando su marca de estrella, y de sangre, muriendo muchas veces más de la real, si es que existe la realidad como otra cosa que no sea una forma de narrativa.

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