viernes, 10 de septiembre de 2010

Aún despatarrada

Malas Caras.
Bien Serias.
Que no pueden romperse ni con el vestidito de flores de una niña corriendo sobre el verde del pasto, entre campos de otras flores.
De una niñita corriendo, quizás por primera vez sin tropezarse,
el viento en las mejillas sin el dolor en las rodillas;
y que antes de que se haga de noche,
empieza a sentir protuberancias en el pecho,
nuevos ojos que la miran de nuevas maneras,
empieza a sentir.
Antes de que se haga de noche empieza a correr de nuevo,
Sobre verde,
con una dejadez vital,
dejadez única del día,
el momento antes de que el sol salga pero que ya nos ilumina.

Corre con una botellita de inocencia en una mano, una botellita casi vacía tanto que ya sólo cuenta por cómo cuelga de su mano, incorporada en su correr.
Casual; casualmente imbuida en la belleza de su perversidad recién descubierta,
tanto allí, puesto que aún no llega a disciplinar todos los límites de su cuerpo -mucho menos los nuevos- en ese movimiento, si apenas hace un ratito nomás ni podía correr.
Un descuido tan creíble, tan cierto que todavía no busca combinar la botellita con las flores,
y allí queda.

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