sábado, 29 de mayo de 2010

No te preocupes, paga Pechi!

La familia había sido grande. Se reunía todos los domingos en la casa de la abuela Rosa, que para los primos era la tía Rosita. Los tablones se disponían de temprano, el mantel y los platos para lo último, cuando desde la parrilla se diera la orden.

La parrilla estaba en el patio, en una especie de covacha criolla, aunque no teniamos familaires santiagueños se puede decir que parecía a un bunker santiagueño en una tercera guerra mundial, hecho con barro y chapa, como si la hora de la siesta los hubiese interrumpido y lo dejaran a terminar con tres paredes y sin revoque.
A pesar de eso el patio tenia un encanto único, salido de una película Ponja o de un cuadro expresionista, mirá lo que te digo, o de un cuadro expresionista. En el fondo estaba el gallinero, el cual tenía como patrón a un gallo de riña que había conseguido un vecino o creo que Don García, el viejo que alquilaba junto su esposadoña Marta un cuartito que estaba a un galpón de distancia de la parrilla. Después del gallinero estaba lo que no podía faltar en el patio de las viejas de epoca, una planta de mandarina, una de ciruelas, un duraznero, un perro que salía en todas las fotos pero era delvecino y un gato viejo al que nadie le daba pelota.

Del asado se encargaba casi siempre el tío Raúl, también conocido como el gordo Moreno, era acompañado por Gary Cooper, el tío más viejo, y una radio antigua que pasaba canciones de folklore, cumbia y propagandas campechanas, al estilo "bombachería Yoli, Rulemanes Carlos o Kiosco Adri-Mar, Sil-Toto, Poch-Pa", por lo general las últimas eran emprendimientos familiares que usaban las primeras silabas de los nombres de estos pequeós empresarios que por lo general eran viejos desocupados o jubilados.

Uno podía llegar a la casa de la Calle Entre Ríos Norte ver el barcito de enfrente, no me acuerdo si era lo de Raffani o lo de Rafasquini, y verlo al cantinero de siempre sentando en el banquito tomando mates y mandando saludos a la familia. Nuestros padres habían tenido a ese lugarcito como su Club y el afecto era enorme, además que era el único lugar donde vendían soda desde que el viejo Rafa había comprado el tanque de gas de soda.

Uno entraba por la rejita de metal y pasaba directamente a la puerta de la cocina, donde seguro que adentro estaba la Rosita cocinando acompañamentos para el asado y tortas para el postre.
Los parientes empezaban a llegar y los lugares de charla se dividían en sectores, por lo general el bolaceo se concentraba en la parrilla y las cuestiones de salud se daban en torno a las ollas de la cocina, en el living se hablaban asuntos más serios, y los que les picaba el bagre – así se dice cuando tenés hambre- se sentaban en la mesa a picotear pan. por lo general eran amonestadospor alguna tía que les recalcaba la abundancia de comidas y el trabajo depositado en ello, como para andar llenandosé con pan.

Los primos más chicos nos concentrábamos por lo general cerca de los viejos para escuchar las historias y los otros planeaban alguna que otra salida nocturna sin dejar de recalcar la importancia y trascendencia de la reunión semanal.

En esas historias aparecía la fantasía, los abuelos como héroes, aparecía el barrio, el mundo mágico de la calle de tierra, el club de los vecinos, la política, los chismes y alguna que otra cargada o puteada al viejo que quisiera hacer uso de su autoridad para imponer seriedad en asuntos ajenos; como los comentarios acerca de una mina a la cual le decían Eva Perón porque era la mujer del pueblo o las anecdotas comicas e ironicas de Virolito, el borracho del barrio, o también, la creencias de las viejas fantoches y superticiosas.

Siempre algo nos contaban del viejo Moreno, también conocido como Papuno. Se decía que casi no hablaba y siempre se sentaba en su silla con una Damajuana de vino debajo de las piernas y una sonrisa de pibe con chiche nuevo. Gran jugador de futbol en su infancia y vejez, un cuatro que gambeteaba toda la cancha, -! Que ni lo paraban los alambrados!- eso decían, creo que porque una vez se pasó de largo y se chocó uno.
Uno de sus laburos, en las épocas buenas, había sido trabajar en la linea de telégrafos. Pero no era oficial de telégrafos, ni conocía el código Morse, es más, ni creo que haya visto alguna vez esas maquinas y aparatejos que muchos conocímos en los museos y la visitas pelotudas que organizaba la escuela. El era el encargado del mantenimiento de las líneas y eso consistía en bajar los nidos de los pájaros. Era un trabajo muy serio, porque los horneritos por lo general, hacia su nido en los postes telegraficos interrumpiendo trasmisiones importantes, así que Papuno era clave en la comunicaicón entre pueblos.

Una noche de invierno lo habían venido a buscar -Lo necesitamos Moreno-,se fue y volvió tipo ocho de la mañana. -Estaba azul y violeta- contaba el gordo, -Titiritando de frío, temblando, la Rosita lo mandó a bañarse con agua casi hiriviendo y le puso todas las mantas que tenía. Casi se nos muere el viejo, pero al otro día estaba como nuevo el hijo de Puta- El gordo siempre hacía eso, contaba y hechaba una puteada al viento, porque sus puteadas, eso decía, dejaban a cualquiera en pantalones cortos, en calzoncillos si acaso el otro ameritaba cantarle las cuarenta y explicarle cuantos pares son tres botines. Siempre una historía le seguía a la otra -Un día levantando dos durmientes de doscientos kilos cada uno, doscientos kilos, se clavó una astilla en la cabeza. Se quejaba el viejo que le dolía algo, y la abuela le reviso el marulo, y como era media carnicera agarró una pinza y se la sacó, así de una, y tenía una flor de astilla, no te jodo, una flor de astilla en el marulo que la abuela se la sacó de una- y por ahí el gordito Moreno decía - !Y anda a cantarle a Santa Catalina!-

Los más chicos, Flor, Imanol y yo, no habíamos conocidos a los viejos Heroicos que habían sido Papuno y el Abuelo Antonio, el portugués que llegó a los noventa y seis pirulos, ni tampoco a los otros viejos que también eran heroicos por pertenecer a la raza de “los viejos de antes” como les decían. El abuelo Portugués se había muerto porque ya era hora de morirse, ¿Cuánto más iba a vivir? pero al viejo Moreno le había agarrado una ataque al corazón y no era tan viejo. Se ve que la abuela estaba media tristona, con problemas existenciales y económicos, y eso al viejo le ponía mal,y mirá que los viejos de antes eran duros por los que nos contaban. Pero lo que lo terminó de matar fue el futbol, cuando boca perdió seis a uno contra Central Córdoba, ese día le explotó el bobo. Dicen que empezó zapatear el suelo diciendo que se cagaba en dios y en la santísima madre que los parió, y decidió irse a caminar para tomar aire y ahí se cayó muerto en la calle. Ya era demasiado.

El tiempo nos quitó a Rosita. Fue la única muerte que no lloré y la persona que más extraño. Entendí que ella se quería ir, que ya le dolía mucho el cuerpo, la rodilla – Ya estoy vieja, cuando me muera me vas a extrañar, ¿Quién te va a traer la lechita a la cama? ¿Quién te va a poner las medias?- Porque a mi me encantaba que me pongan las medias, era toda una institución. Me decía siempre que estaba vieja, que le dolía el cuerpo y que por momentos quería morir para no sufrir. ¡Eso me decía! – Me quiero morir, me duele mucho el cuerpo, pero no te pongas triste que voy a dejar de sufrir, a parte tu abuelo Federico me está esperando en el cielo, seguro que nos esta viendo desde ahí, a el le encantaba los chicos, ojala te hubiese conocido-

Así que no lloré cuando sentí que la abuela se murió, tampoco fui a funeral, prefería quedarme con imagenes mejores.

Ese fue un momento de cambio en la familia. Los tíos dejaron de venir a visitarnos, ellos estaban en capital y si bien venían siempre ahora quedarse allá era cuestión de tener el dialogo con la sombra y eso se respeta. A la casa de la abuela la terminaron vendiendo por monedas y la distancia cada vez creció más. Los chicos se hicieron más grandes, y los más grandes se estaban empezando a casar, uno por uno formando familia, pero de a tres, o de a dos.

Flor y yo, mi hermana y yo, tuvimos que dejar Bragado e irnos a Buenos Aires a estudiar. Ahí sentía el peso de la nostalgia, el exilio, porque el exilio se puede sentir estando a cuatro horas de tu lugar natal, del barrio que te vio crecer, de los amigos de la cuadra, de la canchita y la bicicleta. Pero los domingos eran lo peor. En capital el cielo solo se ve cuando esta gris, y la gente es tan anónima y tanta cantidad. Al principio los tipos tirados en la calle, los pibes juntando cartón, todas esas cosas que nosotros no teníamos en un pueblo tirando a ciudad como Bragado, esas cosas de la miseria extrema y de los porteños acostumbrados, como si la miseria fuera parte del paisaje.

Poco a poco fui entendiendo el tango, sintiéndome como algún abuelo inmigrante, desplazado, odiando y amando, al mismo tiempo, en la miseria y en el cielo, con la esperanza del amor y del abandono, dejando todo atrás, con la promesa de todo por delante, de una nueva vida, pero nunca como la vieja.

Todo es tan nostálgico en capital, todo es tan gris y oxidado cuando se viene del interior, cuando se añora lo que fue y lo que podría haber sido. A veces me sentia tan solo, y no esa soledad de los artistas que se sienten únicos, esa soledad del mate que se enfría arriba de la mesa, o del arroz frío del día anterior, del llanto contenido como piedra en la garganta, del miedo a que se te caiga el cielo en la cabeza.

Papá y Mamá siempre estaban atentos a nostoros. pero nunca era suficiente, nos mandabanmilanesas para frisar y ¡que milanesas!, tartitas hechas para que no tuviéramos que laburar tanto – así los mimamos desde acá- eso decían y que solo nos preocupemos de estudiar. Pero que dificil se hacía cuando el mundo parecía tirar para otro lado, cuando se hacía de noche en cada distracción, cuando el tiempo se desvanecía en oscuridad, cuando el tiempo se escapa como se escapan las cosas que siempre están delante de nostroos y las dejamos pasar, como se nos escapa una chica que nos sonrie en la calle o como se desvanece el primer día de primavera o una la noche con el primer amor.

Habíamos venido para estudiar, es verdad, mirá que mi vieja nos dejaba todo lo que le sobraba del salario para que nosotros tuviéramos, pero a veces sentía que tenía un gaucho en el pecho zapteandome un malambo, y sumado a eso me sentia ingrato, mal agradecido, culpable, y peor era, me quedaba mirando una pared todo el día. Los peores eran los domingos, que es conocimiento común del que domingo es jodido, pero antes en Bragado para mi no lo era, nunca había sentido olor a hospital un domingo, siempre había sido familia, ciruelo y asado, cafe y tortita.

Desterrado de todo y en búsqueda de alguna identidad me snetí perseguido por el diablo y la muerte. Por suerte la Flor, mi hermana, se pudo contactar devuelta con los parientes y áhí se volvió a despertar la sonrisa que había tenido de niño, pude tocar la felicidad con las manos. Te digo que mirabas para algún lugar y veías risa y emoción, te digo que mis viejos viajaron a Bs As, que esta vez decidieron salir de Bragado, aunque eso significara volver con un lechón y un par de vinos más en la panza, con el peligro que eso representaba en la ruta y la sensatez extrema de mi vieja respecto a esos temas. Igual decidieron juntarse. Todo fue tan lindo, y emocionante, rápido. Hubo mucha comunicación aunque no fueron muchas las palabras. Sentimos como que nos deciamos cosas con solo mirarnos. Pero no fue hasta un juntada después que comprendí que el tiempo no había hecho tanto mal, que mi miedo a que esa distancia hubiese desaparecido la sensación que tenía, el cobijo, el abrazo, las historias y los bolaceos, el inventar a dios con un tinto y un asado.


Así que estábamos en el bar del centro asturiano que estaba bastante lleno de gente, esperando la hora de comer la fabada. Nos encontrabamos, Imanol, un amigo de él, mi tía Pechi y mi primo Diego con su esposa y su bebe. Imanol había sido siempre el más chiquito de la familia y aunque ahora tenía diecisiete, me era díficl borrarme la imagen de él en la infancia. Nos saludamos y nos sentamos. Se pone hablar de las minas, se remanga el saquito, apoya un brazo en una silla desocupada y nos dice -Che pibes, pídanse lo que quieran, ¿Vos que queres? ¿Un gancia¿ ¿unos palitos?- y con cara de dueño del lugar le hace una seña al mozo, -Mozo tráigame unos palitos y un chicitos, un gancia...- nos mira y dice -..pidan lo que quieran, acá esto es así cuando los invito- lo miro y le digo que no, que no se preocupe. Me dice - no sean nabos, haceme caso pibe que yo sé... No te preocupes que paga Pechi, mamá-

Era otro hijo de puta más y andá a cantarle a Santa Catalina, otro más con un marulo heroico, con un la capacidad de poner huevos siempre, huevos de oro, y yo que tenía miedo de que no hubiese más comunicación, de que el tiempo nos hubiese quitado también lo de familia. Pero se ve que en los patios se plantan más semillas que las de los arboles, porque todo a partir de ahí fue risa, llanto, alegría, mito, expresión y baile, identidad, historia y tinto en cartón, ideales; esos ideales que algún gran letrado o intelectual se habían imaginado y que habían escrito con grandes lecturas y anhelos, pero que no eran otra cosa que los domingos en lo de Rosita.

2 comentarios:

  1. Fede....quiero decirte cabezon que te pasaste, me sacaste mas de un lagrimon y verdaderamente esos recuerdos tan a flor de piel que parecieran que fluyan como un suspiro en vos, me transportaron por un tunel de recuerdos y emociones.....gracias...

    Rolo..

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  2. Ese sos vos Fede, gracias por dejarme recorrer tu espíritu, te encargaste de quedarte ahí, en Bragado, o al menos dejaste ahí tu alma. Nunca olvido que estos son los mejores recuerdos.. Papuno, Rosita, la Flor.
    A veces me da miedo que mis hijos, si algún día los tengo, no puedan conocer todo esto. Me llena de nostalgia.
    No creas que soy recurrente, pero Gracias por invitarme a este lugar, estoy contenta de estar acá. Voy a leer un rato.

    Lis.

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