lunes, 17 de mayo de 2010

Siete días de Creación

Correr por el destino, mortecina mermelada, gris turba, gris niebla de la mañana. Uno corre y se mezcla el pato con la peste, y todo es tan raro porque una linealdiad se mantiene, y todo se termina por asociar.

Atravieso plaza Francia a trote velocidad crucero, temprano como para que salgan los carritos ambulantes, temprano para que la niebla se vaya, temprano para el transito. Av. Libertador vacia y yo crriendo en medio de una penumbra con luz, se deja atravesar aunque por momentos parece expresa. No hace falta decir que uno corre a los pensamientos o se escapa de ellos, y cuando quiere acordar se encuentra en una situación que no entiende.

Así estaba yo, porque cuando cruce una vereda de asfalto me encontre en medio de una calle de tierra, la costa de una laguna y de pronto crujen las cajas que rompen la tierra
y las rocas, del planeta y de las galaxias, del sistema solar. Letras empiezan a llover del cielo, una Z cae pesada sobre el césped, una L destruye unos arbustos y pronto todo se empieza a prender fuego.

Empieza a aparecer gente por todos lados, con el mismo rostro o sin rostro, algunos prendidos fuegos, otros sangrando, pero ninguno se da cuenta, algunos viene bailando, otros escuchando musica. Se me acerca uno de todos esos, ¿Ellos? Con anteojos de sol y una remera que decia “Alplax y Clonazepan, la sangre y el cuerpo de cristo” me extiende su mano en forma de saludo y me da a entender que lo siga.

Desde el suelo las puertas del inframundo, con la inscripción: “Vicisitudes mundanas” En la puerta había un guardían con la remera de Staff, y en la cola estaba Noumeno y Esencia, nosotros pasamos directamente. Resulto que no era una Disco, sino un tren fantasma.

Me dijo que a partir de el viaje yo iba a elegir mi camino. Miro hacia mi izquierda, veo a Caín y sus hijos, a los de antes del diluvio, a los de Sodoma y Gomorra, a Job y otros malditos, me veo a mí andando en bicicleta apurado, llevando un paquete y tocandole la puerta a la muerte. Insignificante para el transito y para la ciudad veo que ese espejo de yo estaciona la bicicleta y entra a una casita gris que parece dimunita junto a los edificios de quince y veinte pisos. En un rincón húmedo me veo llorando, intentando respirar, tirando mordiscones al aire. Esa burbuja explota y me veo en los rieles del tren de nuevo y a mi derecha otra posibilidad. En traje y manejando un gran BMW, la gente aplaudiendo mi paso, palmandome la espalda, fama y elogio, riqueza. Llego a una gran mansión y un niño y una niña, y una mujer me abrazan, paresco feliz y todos nos ponemos a mirar la televisión, para ser servidos por una sirviente que me mira con cara de suplica, de suplica de compasión.

Esos parecen ser los destinos, y no puedo parar de mirar la felicidad. Pero recuerdo que la muerte debe estar al final del camino, y si realmente existe dios, si realmente yo creyera en dios, debería entergarme a el con vocación y devoción, debería aceptar que mi destino lo controla el. Así me abandono en el tren, no eligo ninguna de las dos y me entrego totalmente a dios.

Cuando llego al final del recorrido me encuentro viejo y con los dedos gastados por el control remoto. Yo que había dejado de amarme para amar a dios, para amar a mi salvador, a la permanencia de los seres, ahora me encontraba con el final de mi existencia individual. Al dejarme cae me siento inundado por dios y paso a ser parte del TODO.

Aquel que se abandona es el real creyente en Dios, aquel que cambia su amor propio por la fe, que cambia lo efectivo por la esperanza, que cambia la pala por el control remoto, el amor por la repulsión, la expresión por el fracaso. Aquel que espera su muerte librado a su destino es el real cordero de dios que quita el pecado del mundo, en la paz, en la maxima paz de la nada.

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