martes, 2 de noviembre de 2010

¿Una grieta? Acá. Rompiendo Rodillas.

Un mapa en tu cuarto vas a colgar.
¿Cuál? Un mapa de fantasía, en serio te digo, no seas tonta.

Un mapa del mundo, de fantasía. Países amorfos, Poseidón con su tridente vigilando cerca de Oceanía. Rutas marítimas, de esas que salen de España y Portugal hacia las Indias.
Las Indias, casi todo el mundo, rutas punteadas y algunos barquitos en el camino, rutas onduladas, entre viento y olas. ¿Qué más? Unos ferrocarriles, quizás, locomotoras también dibujadas por ahí, y las vías, estas más rectas que las otras.

Ese mapa me lo enseñaban de chico, con una canción que hablaba de las carabelas, el puerto de palos y el árbol genealógico personal de mis compas de curso.
Y plaff, -como roca que cae por un peñasco-, resultaba que todos teníamos algún abuelo italiano, vasco o fránces, la historia había comenzado ahí, en ese puerto de palos con muchos presos pero ningún Juan de los Palotes. Alguna excepción, el pibe con más rulitos de la clase tenía todos abuelos argentinos, pero seguro que si hubiésemos buscado más arriba…

Ese mapa de telégrafos, ferrocarriles y ejércitos con cabeza de prócer.

Y el héroe sigue siendo el marino, el navegante. ¿O alguien puede mostrarme una mejor imágen de un hombre curtido que la de aquel que se para horas a mirar el horizonte, fumando de su pipa, el salitre del viento erosionándole la piel.
Tasajo.

El otro mapa lo seguimos esperando. El de las traiciones y los levantamientos, ese nuevo que de a poco se empieza a ver por acá. Habrá que romper algunas rodillas aún, pero viene llegando. Una grieta te vamos a hacer. Acá mismo, ya no en el papel, en la pantalla, en tu escrin.

Hombre moderno, si lo hay, el navegante,
figura ambigua si las hay, tan moderna,
el marinero,
de un amor en cada puerto,
de la nostalgia sin fin,
que conquista con la mirada,
su cuerpo degastado que se ha hecho un lugar entre los elementos.

El expedicionario,
el presidiario,
el que quiere una tierra,
el que tiene un plan,
o quizás no tiene ninguno pero sí un hábito,

el que puede agarrar la tierra entre sus manos,
apropiársela trabajando a lo Juan Cerrao.

Y que sus nietos ya ni tengan que tocarla,
entre clubes sociales, chequé y frac,
decidir el mapa de fantasía de un joven de un siglo ciento cincuenta años después
el mapa que la maestra de escuela va a repetir
que aparece como calco en tu árbol genealógico porteño,

si una protesta estilo contaminación-sonora en Pueyrredón y Guido vale más que el rugido voraz de tornado en Pozo del Tigre.

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